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viernes, 16 de abril de 2010

Loma del Millón (del Pago de Los Tapiales)

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Doña Elvira Blanco
Recopilado como Historia Oral
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Entrevistada: Doña Elvira Blanco (69 años) vecina originaria.
Le relata a la colaboradora Norma Alanis, en el año 2000.
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Doña Elvira Blanco, nació en Loma del Millón, barrio del Este de la ciudad de Ramos Mejía, en tierra que pertenecio a la Chacra de Los Tapiales, en el Partido de La Matanza, un 24 de julio de 1931, en la misma casa donde hoy vive, en la calle Chubut al 800. Asistiendo a su madre en el alumbramiento Doña Leonor, la partera de entonces, que vivió en la calle Chubut, entre Paso y Charcas.
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Hija de padres españoles, más precisamente oriundos de la provincia gallega de Orense, tuvo también un hermano: Serafín.
Su mamá, Rosa, trabajaba en un matadero de ovejas, ubicado en la calle Sgto. Cabral, donde se encargaba de lavar la lana de las ovejas recién esquiladas... Fueron años muy duros y difíciles, económicamente hablando, por lo que Elvira con sus apenas 8 meses de vida, debía “acompañar” a su mamá, quien, en un alto en sus tareas la amamantaba para luego colocarla en una improvisada camita, hecha con un cajón de manzanas, tapizado con lana de oveja a modo de colchón.
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El dueño del matadero era Don Salustiano, a quien Elvira recuerda siempre de a caballo. La esposa de Salustiano era Doña Avelina y ambos tuvieron tres hijos: Pedro, Enrique y Toto.
Doña rosa cumplía con sus tareas por las mañanas en el matadero y por las tardes lavaba y luego planchaba, con una plancha a carbón. Su papá, don Antonio, fue un labrador y campesino empedernido. Luchador, como la mayoría de aquellos inmigrantes, se vio obligado cierta vez a partir hacia Arrecifes, para la cosecha de maíz.
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En esos años, cuando aún no había llegado la red eléctrica y se alumbraban con lámparas de kerosene. La calle Chubut y las aledañas poseían casitas de madera y chapa, y calles de tierra, hasta que en el año 1933 llegó por fin el asfalto.
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Los terrenos lindantes a la casa de Elvira, eran sembrados por su papá, quien también criaba animales de corral. Los productos de la tierra y de los animales les procuraban el diario sustento. A su vez, las vecinas eran muy unidas, ayudándose mutuamente intercambiando, a modo de trueque, lo que cada una de ellas podía obtener (verduras, huevos, pollos), o sabía hacer (costuras, tejidos).
Lo dicho, nos pinta un barrio tranquilo, donde convivían inmigrantes en su mayoría españoles, italianos, turcos y judíos.
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Junto a los hijos de estos inmigrantes, Elvira cursó sus estudios primarios en la Escuela Nº 10, sita en Guido y 11 de Setiembre, a la cual describe como una vieja casona con muchas habitaciones, patio y baños precarios y aulas con piso de madera. Esta propiedad perteneció a un vecino de la época, conocido como don Antón.
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Desde su casa –recuerda- se podía ver con claridad la Estación Ciudadela y también el llamado Colegio del Monte, lugar donde hoy funciona la distribuidora láctea Milkaut (Paso y Emilio Mitre).
Por entonces, el único almacén existente pertenecía a una española llamada Doña Dominga y estaba ubicado en la esquina de Larrea y Emilio Mitre, donde hoy se halla la tintorería “M y M”. Por supuesto, la clásica libreta negra del fiado, era el modo habitual de adquirir las mercaderías.
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La provisión de leche se hacía a domicilio por medio del Sr. José Silva, quien vivía en Guido entre O´Higgins y 11 de Setiembre. Este lechero llegaba todas las mañanas con su tradicional carro tirado por caballos y los clásicos tarros con las medidas de capacidad requerida por cada cliente, hasta que la aparición de la leche pasteurizada lo borró del paisaje cotidiano.
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Pablo Ceratti era el carnicero. El tenía su local en la esquina de Guido y Chubut. El pan que Elvira y su familia consumían era de la panadería “La Victoria”, perteneciente por entonces a la familia Cattanari. Ubicada en 11 de Setiembre y Larrea (donde hoy sigue estando), los vecinos podían adquirir bizcochitos de grasa y tortitas, del día anterior, a la mitad del precio.
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El hielo se compraba en bloques o barras y se lo mantenía en tachos y baldes, cubiertos con bolsas de arpillera. Algunas familias contaban con lo que llamaban “fiambreras”, lo que era un armazón de madera parecido a una jaula, cerrado con alambre mosquitero, y por una puertita se accedía a guardar allí quesos y fiambres “aireados” para mantener su frescura y que no se echaran a perder: Por supuesto, se guardaban porciones por pocos días y que luego se renovaban (elemento antecesor de la heladera eléctrica).
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La bebida predilecta de los chicos era “el naranjín”, que se vendía en una botellita de vidrio, similar a la actual Coca de tamaño pequeño. Aquel naranjín, las castañas y las sardinas, eran los manjares que aquellas familias podían permitirse consumir solo para Navidad.
Para los cumpleaños, eran tradición el chocolate en taza y las “galletitas zoológico”, compradas con mucho esfuerzo.
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A la hora de los juegos y a falta de soga para saltar, la necesidad que tiene cara de hereje, agudizaba el ingenio infantil, transformando la enredadera del mburucuyá en una fantástica cuerda. Cazar mariposas con una ramita pelada a la hora de la siesta y la rayuela, completaban la trilogía de los principales juegos por todos los chicos compartidos.
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En aquellos días de mi infancia (años '40), no había en el barrio un médico, de manera tal que los enfermos graves eran trasladados al desaparecido Hospital Salaberry. Mientras tanto los remedios caseros eran utilizados por todo el vecindario. Así, por ejemplo, ante un caso de dolor de cabeza y fiebre, se cortaban papas crudas en rodajas, estas se adherían a la frente y sienes del paciente sujetas con un pañuelo. Cuando los chicos se empachaban, el remedio indicado era confeccionar una cataplasma de hojas de repollo, rellenas con unto sin sal. Para el eterno problema de los adolescentes con granitos, la solución era aplicar sobre la cara hojas de palan-palan con unto sin sal. Las aún vigentes infusiones de manzanilla, cedrón y ruda aplacaban los malestares estomacales y menstruales.
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Los inviernos solían ser bastante crudos y fríos, por lo tanto las gripes y los resfríos abundaban, para ello lo más eficaz de las medicinas eran las ventosas (frascos de vidrio similares a los envases de yogur, que se aplicaban en la espalda del enfermo con efecto de cerrado al vacío).
Para protegerse en esos días invernales, las abuelas tejían a mano capitas y mañanitas de lana que luego lucían coquetas.
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Una de las veladas más esperada, era sin dudas, la proyección del cine al aire libre en el verano, que auspiciado por la Municipalidad, se materializaba frente a la Comisaría de Loma del Millón, sita en Acha y Balcarce. Un camioncito con altavoces recorría las calles del barrio anunciando la función y entonces todos, grandes y chicos, disfrutaban de una velada de cine argentino.”
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-Los dorados años de la adolescencia vuelven a la memoria de Elvira, quien afirma qué...
“Entre los años 1945 y 1949, el barrio se vestía de fiesta cuando los carnavales llegaban. Todos se procuraban un disfraz e iban a bailar, especialmente al Club Presidente Mitre, sito en Larrea entre Río Negro y Emilio Mitre. Los bailes eran animados por grabaciones musicales de la época y se destacaba la participación de numerosas y coloridas comparsas.”
–Con una amplia sonrisa, Elvira recuerda a una muy original comparsa que se autodenominaba “Los delicados de Ciudadela”, uno de cuyos integrantes, el Sr. Víctor Troina, vive hoy en Chubut 862 de Loma del Millón.
“...La hora de la siesta, era en el caluroso verano de Carnaval, la indicada para las batallas con agua en baldes. Las cuatro jornadas carnavalescas se celebraban religiosamente, pues por aquel entonces solían ser días feriados.
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La llamada “Glorieta de Vicente”, fue otro referente de encuentro vecinal, principalmente de los más jóvenes. En ese lugar, ubicado en Chubut casi esquina Balcarce, cómodamente sentados frente a una mesa se podía beber cerveza, tomar un helado y presenciar el show en vivo de un grupo de músicos del momento llamado “Los Parranderos”, quienes se caracterizaban por sus melodías pegadizas y sus letras con la picardía del doble sentido.
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Además de este tipo de reuniones y unidos por un tácito acuerdo, los varones jóvenes del barrio preparaban todos los viernes un delicioso asado en la vereda de Chubut y Larrea. Para degustar este tradicional plato, se daban cita, entre otros, Lito Basualdo, Roberto López, Semilla, Serafín (hermano de Elvira), Tongo, El Mendocino, Manolo y Nolo.
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Nolo, se destacaba por ser un eficaz ejecutante de bandoneón y por ofrecer serenatas a todas las chicas en la noche de su casamiento. En complicidad con los familiares de la novia, Nolo llegaba y tocaba románticos valses. Luego, por supuesto, era invitado a pasar al interior de la casa donde era agasajado con algunas comidas y bebidas.
Lamentablemente, algunas de las personas antes mencionadas ya han fallecido.”

-----Elvira es una mujer sencilla y enérgica. Ha trabajado desde muy joven, primero en la ya desaparecida fábrica Dellepiane en Ciudadela, luego en una fábrica de galletitas en Mataderos, hasta tener su propio negocio de panadería en Larrea y Chubut. Hoy vive en su casa de Chubut al 800, rodeada del afecto de su hija Cristina, su yerno Alberto, sus nietos Diego y Julieta, habiendo lamentablemente perdido a su hermano Serafín, el pasado 25 de febrero.

Al tomar estos apuntes, ha sido un placer ver a Elvira encenderse en cada recuerdo y sentir que mientras iba avanzando en el relato de sus vivencias, lograba transmitir el orgullo y la emoción de pertenecer a esa raza de gente humilde y luchadora que vio crecer a esta patria chica, Loma del Millón... su barrio...¡Mi barrio!
Colaboración de Norma Alanis
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